La economía del cuidado

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Petit, Emmanuel a econo a del cuidado E anuel etit. a ed . iudad utóno a de uenos ires undación edi Edita, . ibro di ital, orizontes del cuidado or eaud arciand a, atac a rc ivo i ital descar a y online raducción de ustina lanco. . ociolo a. . ntropolo a. . lanco,

ustina, trad. .

tulo.

Cet ouvrage, publié dans le cadre du Programme d’aide à la publication ictoria ca po, a b n fici du soutien de l nstitut ran ais d r entine. (Esta obra, publicada en el marco del Programa de ayuda a la publicación ictoria ca po, cuenta con el apoyo de l nstitut ran ais d r entine . Titulo del original L’ économie du care raducción de ustina lanco , undación edi , de la traducción undación

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Edita ustina lanco

Edita

Dirección editorial undación edi Editora Daniela Gutierrez Directora de Colección Horizontes del cuidado atac a or eaud arciand a Equipo editorial Catalina Pawlow Gina Piva Lorena Tenuta aura di Diseño colección Estudio ZkySky Diseño interior y diagramación Silvina Simondet in o

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ec o el depósito ue establece la ley . . o se per ite la reproducción total o parcial de este libro, ni su trans isión en cual uier or a o por cual uier edio electrónico, ec nico, otocopia u otros todos, sin el per iso previo del editor.


Sobre la presente edición

Los estudios y las teorías del cuidado empezaron a desarrollarse en los Estados Unidos. Su difusión y los debates a los que dio lugar en otros países, implicaron discusiones en torno al término care, cuya polisemia no se refleja adecuadamente en otros idiomas. En la presente colección, se considera que el término "cuidado", en español, expresa y respeta adecuadamente las múltiples dimensiones del concepto. Este libro en su lengua original forma parte de la colección Care Studies de PUF que dirigen Fabienne Brugère y Claude Gautier. El comité editorial de la edición francesa está integrado por Nancy Fraser, Kamala Marius Gnanou, Carlo Leget, Joan Tronto y Franz Vosman. El cuidado no es tan sólo la respuesta técnica y ética a las necesidades del hombre que sufre, sino una dimensión constitutiva de la vida humana, individual y colectiva, a través de las experiencias, relaciones y prácticas múltiples. El cuidado hoy es objeto de los más acalorados debates, desde la medicina hasta la filosofía moral y política, pasando por las ciencias humanas y sociales, la literatura y las artes. La finalidad de esta colección, animada por un colectivo interdisciplinario e internacional, es dar a entender sus numerosas implicancias teóricas y prácticas por medio de breves libros sintéticos. Fundación Medifé Edita, con la traducción de este libro, asume el mismo compromiso de incomodar el pensamiento consolidado ofreciendo este texto en español como un modo de renovar la discusión sobre los temas que en él se abordan.



El cuidado es ese algo entre cognición y pasión seguido de un actuar, desemboca en la acción. Cuidar algo significa prestarle atención, preocuparse por ello, estando a su vez dispuesto a actuar, a pasar a la acción. Es el nudo esencial que, como sostenían Aristóteles y Descartes, liga la cognición y la pasión a las acciones.*

abbri, . , o.

citado en ulcini, E. , p. .

onner le care en evue du



Índice

Introducción___________________________________13 Una vía diferente_______________________________ 17 La moral contextual y sensible del cuidado_________21 Hacia una economía humanista____________________27 El análisis económico del cuidado__________________37 Bibliografía___________________________________45



Introducción

En filosofía moral, la teoría del cuidado es una teoría de la solicitud, de la preocupación por el otro o de la atención que se brinda al otro1. Nació a comienzos de los años 1980, gracias a los trabajos de Carol Gilligan, quien propone en 1982, en su obra In a Different Voice, una teoría alternativa a la filosofía dominante del desarrollo moral racional y cognitivo de su colega, Lawrence Kohlberg. Según este último, los individuos se desarrollan en el plano moral a medida que se incrementan las capacidades cognitivas que les permiten comprender la naturaleza de sus relaciones morales2. El proceso moral, por ende, se instaura a través de los conjuntos, de los estadios jerárquicamente organizados, que corresponden a distintos niveles de razonamiento obre la teor a del cuidado, v anse los si uientes vol enes illi an , ronto , aper an y au ier, aper an, e o , olinier, au ier y aper an, ru re, , arrau y e o , au ier, ulcini, . ara una visión global, el lector podrá consultar el número especial de Philosophie Magazine es e es sont elles plus orales ue les o es , ayo de ,n . o lber , .


moral. Así, “mientras que para Kohlberg existe una moral superior anclada en el razonamiento lógico generalmente producido por los hombres, Gilligan afirma que las mujeres construyen el problema moral de otro modo, centrando el desarrollo moral en la comprensión de las responsabilidades compartidas y las relaciones humanas3”. La concepción de la moral en Kohlberg reflejaría la distribución del poder y del saber en un pensamiento bien establecido, masculino, que supuestamente se dirige a todos los seres humanos. Para Gilligan4, la moral no debe construirse planteando de manera abstracta dilemas morales hipotéticos, ni afirmando principios morales universales. La mera enumeración de principios no permite entender una moral concreta, engastada en las normas de una sociedad dada. Gilligan concentra su atención en las capacidades morales extendidas de los individuos, y no en la moralidad de ciertos actos. Ser moral es poseer un carácter moral en el sentido de que la virtud es una disposición, según los términos de Aristóteles. Así, según Joan Tronto, corresponde más bien a la imaginación moral y al carácter de cada uno responder a la complejidad de una situación dada5. La teoría del cuidado introduce en la teoría moral el campo de lo sensible y de lo afectivo, el rol de las intenciones, de la motivación y las actitudes, así como la consideración del contexto de la decisión. En numerosas disciplinas, en ciencias naturales como la medicina o la geografía, o en ciencias sociales como la sociología, la filosofía, el derecho, las ciencias políticas, el management, la psicología ru re, illi an ronto 14

, p. , ,

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del desarrollo, la antropología y también la etnología, los investigadores se han esmerado en darle cuerpo y sentido a la noción de cuidado. El cuidado se ha convertido en una teoría moral en sí misma, cuya esfera de influencia hoy se extiende más allá del campo académico6. En cambio, para el economista ortodoxo del siglo XX, el cuidado jamás existió. En la teoría económica estándar, aparentemente, uno no se preocupa por el otro. La benevolencia queda excluida, el universo sentimental está prohibido, el altruismo (puro) es rarísimo, la vulnerabilidad está desacreditada, la indiferencia es preconizada. Los individuos son descriptos como seres puramente racionales y autónomos en busca de su interés personal. Cada uno aplica la lógica utilitarista de las “penas y los placeres”, descripta por Jeremy Bentham, con la inquietud más extrema por la búsqueda de la “felicidad”7. Sí, en teoría, el homo œconomicus es egoísta, soberanamente calculador, gran estratega y potencialmente inmoral. Es ese arquetipo del “héroe” cerebral, imparcial, autónomo, clarividente, que nunca se emociona y siempre es distante, sobre el cual los psicólogos opinan con ironía mencionando al vulcaniano Spock, de la famosa serie televisiva de los años 1960, Star Trek. Al hombre económico sólo le interesa él mismo, alimentado por deseos egocéntricos, sólo le importan las consecuencias de sus actos, coloca la racionalidad por encima de todo y no o o sucede especial ente en el bito pol tico en octubre de , artine ubry, pri era secretaria del artido ocialista, aludió a una sociedad del cuidado , o en el bito s circunscripto del cuidado cure, ndt], de su práctica y del rol que juegan los trabajadores sociales en el siste a de salud. El cuidado co prende, pues, una doble di ensión tica y política, sobre la que versa nuestro análisis, y consta asimismo de una di ensión de ca po o de tica aplicada ue no tratare os. ent a , . 15


toma en consideración ni las intenciones de los actores, ni las expectativas de sus contemporáneos. Por consiguiente, ¿por qué razón deberían los economistas contemporáneos preocuparse por el cuidado? Ciencia universal, formal y positiva, abstracta y rigurosa, estética, ciencia profundamente influyente a nivel de las políticas públicas y dominante dentro de las ciencias sociales, ¿por qué la economía debería complicarse con una ética del cuidado contextual, intuitiva, personal y moral? ¿Para qué serviría entonces una economía del cuidado8?

ontraria ente a lo ue podr a su erir el t tulo econo a del cuidado , nuestro análisis no versa sobre el estudio de los costos económicos de los sistemas de salud o de cuidado, ni al lugar del Estado de bienestar, las instituciones o la a ilia en relación al cuidado sobre esos puntos, v anse respectiva ente eliser, y artin, . uestro cuestiona iento es pura ente etodoló ico en u edida la filoso a del cuidado puede inspirar a la ciencia econó ica acad ica oderna 16


Una vía diferente

La perspectiva dada por los teóricos del cuidado tiene la capacidad de modificar en profundidad la forma en que los economistas conciben al individuo frente a su entorno. En lugar de un sinnúmero de homo œconomicus persiguiendo fines racionales, maximizando únicamente su interés individual, la teoría del cuidado permite contemplar el mundo como un conjunto de personas responsables partícipes en redes de ayuda mutua, sensibles al bienestar colectivo, partidarias del desinterés9, o preocupadas por el interés de los demás. En el campo de la economía, numerosos temas desarrollados por los partidarios del cuidado –las relaciones interpersonales, la preocupación por el otro, la interdependencia, la vulnerabilidad, la pobreza, el cuidado– son compartidos por una multitud de economistas heterodoxos que reivindican una economía feminista, institucionalista, ecologista, comunitaria, social y solidaria, antiutilitarista e inclusive sociológica. Irene van Staveren ilustra, por ejemplo, Elster,

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el aporte de una ética de la virtud (cercana al cuidado) a una ética económica, esencialmente nutrida de consideraciones deontológicas o utilitaristas10. Philippe Chanial menciona la posible recomposición (política) de la teoría del cuidado y del paradigma del don11. Las tomas de posición de Amartya Sen, galardonado con el premio Nobel de economía en 1998, sobre las insuficiencias de la racionalidad en economía12, así como sus trabajos sobre las capacidades humanas13, transmitidas por la filósofa Martha Nussbaum14, también son testimonio de esa filiación. ¿Qué sucede, empero, con la economía ortodoxa (mainstream economics), “el elefante” como escribe John Tomer15? ¿La teoría económica estándar da cuenta de cierta forma de solicitud o de la existencia de relaciones interpersonales? ¿Hay lugar allí para la moral? ¿Su evolución reciente evidencia alguna proximidad con la teoría del cuidado? En el transcurso de los últimos treinta años, el universo científico del economista ortodoxo ha sufrido alteraciones mayores, sobre todo bajo el impulso de la economía experimental, la economía comportamental, la economía evolucionista, la psicología económica y también la neuroeconomía. Así pues, bajo la pluma de numerosos economistas “comportamentales” contemporáneos16, el homo œconomicus ha cambiado an taveren, . anial, . en, . en, . ussbau , . o er, . Entre los cuales eor e erlo , ibor citovs i, olin a erer, obert ran , att e abin, a uel o les, erbert intis, obert u den, Est er uflo, lan ir an, eor e oe enstein, a es ono , an riely se ura ente or an parte de los s influyentes. 18


profundamente, se ha tornado más humano. Su egoísmo es menos acérrimo, sus preferencias menos intangibles, su lógica menos implacable, más incierta y más sensible, a veces su irracionalidad es apreciada, casi reivindicada. La economía comportamental representa hoy una fuerza activa que permite sacudir la teoría académica dominante. No obstante, ¿se trata de enmendar en los márgenes ese corpus teórico estándar, permitiéndole hacer frente a las críticas más agudas, pero conservando lo primordial de su análisis formal racional? ¿Asistiremos en los próximos años a una modificación en profundidad de los marcos teóricos heredados de la tradición de Walras y Pareto de comienzos del siglo XX? Dicho en otros términos, ¿se trata de un ajuste del corpus, de un cambio de paradigma en el sentido del epistemólogo Thomas Kuhn17 o, más modestamente, de una “rectificación de las fronteras18”, según la expresión de Joan Tronto? Para varios autores, queda claro que la economía comportamental se sitúa dentro de la tradición de la economía estándar y que tiene por vocación refinar los modelos del economista, incorporando un mayor realismo dentro de las hipótesis de comportamiento19. Así, en sus comienzos, la economía comportamental se conformaba con describir las diferentes “anomalías” de comportamiento que estaban desfasadas en relación con la pura racionalidad, y evitaba toda forma de prescripción de política económica. Los debates recientes en torno al “paternalismo económico” revelan una postura de una economía comportamental

u n, . ronto , udenber ,

, p. y ist,

. . 19


que pretende ser más normativa o prescriptiva20. Esa nueva orientación, asociada a muy numerosos resultados experimentales y análisis comportamentales en un ámbito en plena expansión, parece indicar por consiguiente que hoy otra dirección es posible y sin duda necesaria. Es esa otra dirección la que nos proponemos seguir, fundándonos en la inversión conceptual que representa el cuidado en el seno de la teoría moral.

oe enstein y aisley, 20

aler y unstein,

aint aul,

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La moral contextual y sensible del cuidado

La teoría del cuidado surgió en oposición a una forma de racionalidad muy exhaustiva dentro de la teoría moral heredada de la tradición kantiana21. En filosofía moral, el siglo XVIII es el lugar de enfrentamiento entre dos formas de moral: una contextual y sensible, dentro de la tradición de la ética de la virtud de Aristóteles, sostenida por los pensadores escoceses de las Luces (Francis Hutcheson, David Hume y Adam Smith); la otra, universal y racional, transmitida por Emmanuel Kant. En Moral Boundaries; A political Argument for an Ethic of Care, Joan Tronto rastrea cómo, a través del pasaje de la filosofía escocesa a la filosofía kantiana, se dio una transformación radical del cambio de naturaleza del vínculo social: los sentimientos morales abrieron paso a una moral universalista22. La moral devino en una esfera autónoma de la vida humana, una justificación de las conductas morales, que ya no permite encontrarse con los otros en una vida social destinada al intercambio. La cuestión moral se transformó en un asunto “de juicios morales formulados desde un punto de vista distanciado y desinteresado, que ant ronto

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. ,

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tienen como telón de fondo un vínculo social al que cabe controlar y regular23”. El siglo XVIII correspondió, pues, a la transición de cierta confianza concedida a las teorías morales contextuales hacia una aceptación general de la moral universalista. Para los teóricos del cuidado, Adam Smith y David Hume encarnan por tanto la concepción de la moral que reacciona contra la idea cartesiana de que las emociones serían obstáculos para la razón y la moralidad. Adam Smith ciertamente no es el campeón del egoísmo y la competencia virtuosa que sedujo a varias generaciones de economistas en el transcurso de los dos siglos anteriores. Es ante todo, y en primer lugar, un filósofo de la moral. En la Teoría de los sentimientos morales24, Smith se interroga sobre la asombrosa capacidad del ser humano, creatura egoísta, para emitir juicios morales en los cuales su interés personal sin embargo pasa a segundo plano25. Poseemos la facultad, nos responde, de ponernos en la posición de un “espectador imparcial” y forjarnos, por simpatía o empatía, una idea del mérito moral de alguien. Nuestra imaginación nos permite así sentir las emociones del otro atenuando sus efectos. La aprobación moral nace así, cuando las intensidades afectivas transmitidas por simpatía convergen hacia un punto que el escocés denomina punto de “conveniencia”26. Entonces, Adam ru re, , p. . it , . it , . El o bre ue co prende i dolor no puede s ue reconocer lo razonable de i tristeza. . uel ue r e de la is a bro a y ue r e con i o, di cil ente ne ar la propiedad de i risa. or el contrario, la persona que en estos casos no siente las mismas emociones que yo siento, o bien su e oción no uarda proporción con la a , no puede evitar desaprobar is senti ientos a causa de su disonancia con los suyos . 22


Smith es también el hombre de las pasiones sociales, como la bondad, la compasión, la generosidad, la humanidad o la estima mutua. El que, asimismo, vislumbra que nuestra naturaleza moral se enriquece y se plenifica en el intercambio y la conversación con el otro, con un amigo: La conversación de un amigo nos conduce a una mejor disposición de ánimo. El hombre dentro del pecho, el abstracto e ideal espectador de nuestros sentimientos y nuestra conducta, requiere con frecuencia ser despertado y alertado de su deber por la presencia del espectador real27.

Muchos economistas contemporáneos de renombre reconocen hoy el “doble rostro” de Adam Smith y se cuestionan acerca de la coherencia de su obra28. ¿El escocés de las Luces será el portavoz del egoísmo, o el mensajero de una necesaria benevolencia? ¿Habrá sido conquistado, como sugiere Joan Tronto, por un “escepticismo moral” surgido luego de comprobar la pérdida de eficacia de los sentimientos morales y el incremento de la distancia en las relaciones sociales29? ¿Existe verdaderamente un “problema Adam Smith30”? Sin duda el propio Smith fue víctima de cierta inclinación propia del filósofo (que él mismo denuncia al evocar a Epicuro), la “propensión a dar cuenta de todos los fenómenos a partir de la menor cantidad posible de principios31”. En la Teoría de los sentimientos morales, su proyecto inicial es it it it , ronto oyer, it

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, p. . , p. . s ra , a erer y oe enstein, , , p. . , p.

u den,

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el de fundar una filosofía moral dentro de la cual podrían encastrarse (asimismo) las reflexiones económicas desarrolladas más tarde en la Investigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones32. Como sostiene Boyer33, la inconclusión de aquel proyecto abonó la diferencia irreconciliable entre las ciencias sociales (economía y sociología), que se apropiaron respectivamente del campo de la acción interesada, lógica y racional y, a contrario, del campo del vínculo social y la irracionalidad: “el surgimiento de una interrogación sobre motivos considerados divergentes de la acción humana permitía entonces la división del trabajo científico y legitimaba su especialización en torno a temáticas restringidas34.” En el área de las ciencias sociales, esa demarcación se vio reforzada por las posturas de autores clásicos como James Mill, David Ricardo, John Stuart Mill, luego de autores neoclásicos como León Walras, Vilfredo Pareto, Francis Edgeworth, Lionel Robbins y Paul Samuelson, que marcaron el corte entre una economía teórica matemática, basada en la cuestionada concepción del homo œconomicus, y una economía psicológica, adosada a la experimentación, deseada por Carl Menger y sus discípulos35. En filosofía moral, el inicio del siglo XVIII conduce a la retirada de las teorías contextuales y a la escisión entre la razón y el afecto. En economía, el giro de la economía política hacia una ciencia económica formal universal se efectúa en mayor medida en el siglo XIX, con la transición de una teoría clásica desarrollada en torno al concepto del it , . oyer, . bid., p. . obre este vasto te a, v ase en particular e in, y ta bi n ands, . 24

rneryd,


valor trabajo hacia un análisis neoclásico positivo, que pone de relieve el culto de la esencia del valor utilidad36 y la consideración del individuo-átomo, en sintonía con la física newtoniana37. Así pues, la demarcación entre unas ciencias sociales destinadas a trabajar a proximidad acaso sea la historia de un camino con desvíos, “no elegido38”, que hoy abogaría por un retorno sin cargo de conciencia a un enfoque interdisciplinario pluralista en ciencias sociales. Tal aproximación propondría así una concepción más ampliada de la racionalidad en economía, basándose en una filosofía moral sensible y una consideración efectiva y no dual de las preocupaciones éticas y morales. Desde el punto de vista del economista contemporáneo, la teoría del cuidado es en ese sentido profundamente moderna, en la medida en que encierra la esperanza de la expresión de una vía diferente que los propios economistas podrían utilizar. En el transcurso del siglo XX, otras corrientes heterodoxas han aportado una viva contradicción a la edificación de la ciencia económica estándar39. Pero el destacado interés del cuidado radica en que representa, en filosofía, una auténtica inversión conceptual –en atención al imperio de la racionalidad–, así como un alegato por una vuelta a la filosofía política de las Luces, también deseado y afirmado por gran parte de los economistas comportamentalistas. El cuidado brinda así una concepción humanista ase rl an, . asset, . runi y u den, . entro de las cuales alla os, especial ente, el paradi a del don maussiano, el paradigma del reconocimiento, la economía institucionalista, e inista, co unitaria, socioló ica y ta bi n el vasto ca po de la econo a arxista. 25


renovada en torno a la nociรณn de vulnerabilidad, que es a su vez atenciรณn a lo particular y reconocimiento de lo que puede ser universal.

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Hacia una economía humanista

El cambio de perspectiva propuesto por la ética del cuidado asocia tres dimensiones esenciales para una orientación más humanista del análisis económico estándar: 1. el reconocimiento del rol preeminente de las disposiciones y los procesos afectivos en la toma de decisión; 2. la consideración de la personalidad de los individuos y su inscripción en una red de relaciones en el seno de la sociedad; 3. la reivindicación de una acción política que supera la concepción positiva propia de los trabajos de la economía standard del bienestar. 1. Lo interesante de la “voz diferente” propuesta por Gilligan40 es, ante todo, que revela la obsesión de las teorías morales contemporáneas, heredada de Kant41 y perseguida por John Rawls42, respecto de una concepción universal e imparcial de la justicia, en detrimento de una concepción

illi an ant a ls

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,

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fundada en la parcialidad y los vínculos afectivos43. En economía, el universo de lo afectivo ha sido recientemente incorporado al análisis, para justificar la producción de comportamientos sociales o morales observados en el laboratorio44. En teoría de la decisión, el economista parte del principio de que cada participante busca sacar provecho, como mejor pueda, de su poder de negociación. No obstante, en los juegos experimentales dedicados al universo de la negociación, como el del ultimátum o del dictador45, o o subraya usan in, ay sin duda una in usticia y una inexactitud al considerar a o n a ls co o un ero racionalista oral. s , a di erencia de ant y de su austera teor a intelectualizada del aprendizae oral, a ls reconoce clara ente la i portancia de los senti ientos en el desarrollo de la aptitud para la reflexión oral. usan in, , p. . a ls afir a con claridad ue la co binación del desinter s utuo y del velo de i norancia lle a s o enos a la is a finalidad que la benevolencia. En e ecto, esa co binación uerza a cada uno, en la a ls posición original, a tomar en consideración el bien de los demás. , , p. , el subrayado nos pertenece . or tanto, la lectura ue los economistas de la teoría de la elección racional hacen del principio de la posición ori inal es estricta ente racional los individuos disponen de pre erencias onótonas crecientes por los bienes sociales pri arios “que están, por hipótesis, totalmente exentos de envidia y de simpatía, es decir ue esas pre erencias anifiestan una total indi erencia para rnsper er y an ari s, , p. , el subrayado con la suerte del otro. nos pertenece . l ent recuerda asi is o ue los econo istas aplican el criterio del axi in evaluación social de una distribución de riquezas según el nivel de bienestar individual más débil en esa distribución a unciones de utilidad, ientras ue o n a ls prev ue se apli ue a los bienes sociales pri arios. l no e plearse la is a trica como soporte de las comparaciones interpersonales, esa divergencia es uente de un alentendido inicial entre la teor a de la elección social y la teor a de la usticia. u , el e ecto ace bien al corazón de ndreoni , pero ta bi n la econo a de la elicidad de rey acen las veces de re erencia. ara un panora a s co pleto sobre el rol de lo a ectivo en econo a, v ase etit, . En el ue o del ulti tu , un u ador le ace una o erta a otro uador, ue no puede contrao ertar sino ue si ple ente debe aceptar o rec azar las condiciones propuestas. En el ue o del dictador, el otro jugador no dispone siquiera del poder de veto y debe aceptar cualquier 28


los economistas experimentalistas han observado, con regularidad, comportamientos prosociales desfasados en relación con la hipótesis de egoísmo implícita en el enfoque estándar. Los participantes manifiestan así una preferencia por la equidad y el altruismo, una aptitud para la cooperación y dan muestras de confianza46. Los individuos también son sensibles al contexto de la decisión, a las expectativas del negociador, así como a las intenciones que motivan su elección –y no únicamente al resultado de la negociación en términos de ganancias. En ese marco, la teoría de las emociones puede ser movilizada para explicar el desfasaje entre los comportamientos observados en el laboratorio y las predicciones teóricas. Una oferta equitativa puede entonces ser percibida como el reflejo de un sentimiento de culpa, si suponemos que el individuo integra en su función de utilidad (o de satisfacción) la diferencia entre lo que gana él y lo que gana el otro. Simplificando, si suponemos que sólo hay dos actores, Yo y Otro, mi función de utilidad UYo se escribe: UYo (x Yo, x Otro) = xYo– α | xYo– xOtro| (1) donde xYo representa mis ganancias, xOtro las ganancias de la otra persona, siendo α un parámetro positivo (inferior a la unidad). Un individuo racional sólo se interesaría por su propia ganancia (xYo) y desdeñaría la ganancia del Otro (α = 0); ese o erta e ectuada por su contrincante. ara una s ntesis de los resultados relativos a estos dos juegos experimentales, véanse Petit, 2010 y Petit y ouillon, . Existe una a plia literatura experi ental y co porta ental ue describe tales co porta ientos prosociales. n s próxi as de la teor a del cuidado, encontra os las nociones de apoyo utuo ourtois, essa y azda t, , de raternidad runi y u den, y ta bi n de reciprocidad plural runi, . 29


sería el homo œconomicus típico. Por el contrario, un individuo prosocial sufre una baja de su utilidad cuando gana más que su socio, pero también cuando gana menos (α > 0). El parámetro exógeno, α, es representativo ya sea de una “aversión a la culpa o a la vergüenza” –el sentimiento de provocarle un mal a un tercero cuando nos aprovechamos indebidamente de su poder de mercado (xYo > xOtro)–, ya sea de un “sentimiento de envidia” que nos procura una desutilidad cuando el otro gana más (xOtro > x Yo). El interés de esta modelización, versión simplificada del modelo comportamental canónico de Fehr y Schmidt47, radica en que integra el afecto y sustenta (bajo una forma poco explícita, empero) la motivación de la acción, aspecto hasta ahora totalmente desatendido en el análisis consecuencialista (que no presupone otra cosa que la búsqueda del interés individual como motor de la acción). El individuo puede ser altruista, cooperativo o equitativo, como puede ser objeto de numerosas emociones negativas como la ira, la indignación, el desprecio o, a contrario, positivas como la gratitud, el orgullo o la admiración. Otro aspecto fundamental, con miras a la teoría del cuidado, es que esa formalización introduce la consideración del otro a partir de una relación afectiva. Obviamente, la formulación puede ser ampliamente criticada en razón de sus insuficiencias: preserva el marco estándar de la maximización de la utilidad, concibe lo afectivo de manera exógena y racional y desdeña el rol del contexto. Representa, no obstante, una tentativa necesaria para superar el antagonismo entre el sujeto exclusivamente egoísta (característico de la teoría estándar) y aquel que se e ry c 30

idt,

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entrega “en cuerpo y alma” al otro (que hallamos en mayor medida en las aproximaciones heterodoxas). 2. El cuestionamiento inaugurado por Carol Gilligan48, y transmitido por las teóricas del cuidado, ilustra asimismo un giro mayor dentro de las ciencias humanas estadounidenses. El cuidado simboliza el rechazo de un formalismo abstracto (alimentado por la dominación de las ciencias del lenguaje) y la reexaminación de la ideología que acompaña la referencia a un individuo desencarnado, escindido de todo lo que hace al humano “ordinario”. En la teoría del cuidado, sin embargo, “lo universal no necesariamente se deja de lado, sino que se lo deconstruye o critica si no está contextualizado49”. La teoría del cuidado lanza así el desafío de construir una auténtica “economía personal”, una economía de las relaciones interpersonales. Al centrarse en la existencia de un sujeto no limitable a un átomo, un individuo sensible portador de valores, la ética del cuidado toma en cuenta la diversidad de las aspiraciones individuales que modifican nuestra conducta y que traducen la heterogeneidad irreductible de las motivaciones humanas. A contracorriente del ideal de autonomía que anima la concepción kantiana de la moral, el cuidado nos recuerda que el ser humano no es tan sólo un sujeto racional sino un ser dependiente o vulnerable. La ética del cuidado se focaliza en el agente individual –y no en la acción y la consecuencia. En ese sentido, le lleva la contraria a la hipótesis estándar en economía según la cual el individuo es “representativo” de la especie humana que hallamos en todas las sociedades contemporáneas. Sean cuales fueren su sexo, su “raza”, su illi an, ru re,

. , p.

. 31


cultura, su pertenencia social, su país, su nivel educativo, el individuo económico es el mismo, un semejante uniforme, sin personalidad ni alteridad, únicamente definido sobre la base de la pura racionalidad. En economía, la hipótesis del agente representativo proviene de un deseo de universalidad propio de la teoría económica y de una capacidad para transponer de forma uniforme la explicación de los mecanismos autorreguladores de mercado en todas las sociedades. En mayor medida, esta figura monolítica del individuo presenta sobre todo una ventaja sustantiva en términos de modelización. Habida cuenta de la sofisticación de los modelos50 que tuvo lugar ya a mediados del siglo XX, el carácter exógeno (dado) de las preferencias (así como su inmovilidad con el paso del tiempo) y la ausencia de consideración de las especificidades de los individuos permitieron refinar la construcción del modelo de equilibrio competitivo de Walras y Pareto. La hipótesis fundadora del “agente representativo” facilita en particular el problema del cúmulo de los comportamientos y la definición de una función de utilidad colectiva. Sin embargo, esa concepción ha sido vivamente criticada por su irrealismo51 –sin por ello afectar de modo notable la teoría estándar52. En cambio, al explorar la naturaleza del onsideración de las i per ecciones de los ercados, de las estructuras oli opólicas, de la di erenciación de los productos, de la din ica te poral, de la incertidu bre o del ries o, etc. ir an, . a econo a sólo podr escapar a la ne asta influencia del individuo representativo si estamos dispuestos a desarrollar un paradigma en el cual los individuos interven an en una es era li itada de la econo a, dispongan de características individuales diversas, prosigan actividades di erentes e interact en directa ente entre ellos ir an, , p. , la traducción es nuestra. 32


“individuo económico ordinario”, a su vez en el contexto (neutro) del laboratorio, pero también en un medio natural, numerosos trabajos experimentales han alterado el paradigma asociado al agente representativo. Así pues, a partir de esa literatura53, surgió una auténtica problemática de género (¿las mujeres tienen mayor aversión al riesgo o son más altruistas que los hombres?) que alimenta el debate en torno a la discriminación en el trabajo y en el interior de la célula familiar. Numerosos trabajos vuelven a considerar asimismo el enfoque de la psicología cognitiva, poniendo en evidencia el papel fundamental de los aspectos de personalidad en las decisiones económicas54: ¿Un individuo introvertido (extrovertido) confiará más en los otros al momento de decidir una inversión? ¿La autoestima modifica la aversión al riesgo o su atractivo? ¿El altruismo depende de la orientación social del individuo o de su sentido de la justicia? Al igual que la aproximación experimental de campo llevada a cabo por Henrich en colaboración con algunos antropólogos55, otros estudios demuestran que el origen cultural influye en los comportamientos de los actores al momento de una negociación (juego del ultimátum). Por último, existen estudios más académicos que revelan que los estudiantes de economía en general son más egoístas que los demás alumnos de ciencias sociales, lo cual ilustra el impacto de la formación universitaria vía un efecto de aprendizaje (de la racionalidad), o un sesgo de selección en el ingreso56. El ara un panora a de estas cuestiones, v ase en particular roson y neezy, . ara un panora a co pleto, v ase l lund, uc ort , ec an, autz, . enric et al., . ran , ilovic y e an, rey y eier, . 33


conjunto de esas pruebas experimentales ha conducido al surgimiento de trabajos de modelización fundadores, que destacan el rol de la identidad del individuo y de la pertenencia a una categoría social, a una red social, familiar o amical57. Así pues, la filosofía del cuidado está subyacente y a veces despunta en estos diferentes análisis. En particular, los trabajos de George Akerlof y Rachel Kranton se anclan profundamente en la literatura de psicología sobre la identidad social, y muestran qué tanto la pertenencia a una categoría social modula la estructura de las incitaciones en el seno de las empresas o las instituciones. El análisis de Van Winden y sus colegas esclarece, por su parte, en qué medida las preferencias sociales –la “preocupación por el otro”– pueden ser modelizadas integrando la intensidad del vínculo social que es el fruto de las interacciones afectivas pasadas y futuras entre los individuos. 3. Los análisis en términos de cuidado por fin abren una vía política que no ofrecen las teorías morales esencialistas. Joan Tronto ha subrayado en particular que el cuidado es un concepto tanto moral como político58, que sugiere en especial una reorientación de nuestros valores, un compromiso moral, una concepción nueva del nexo entre esfera privada (la familia o la red social) y esfera pública (el mercado), una práctica ciudadana democrática que se inscribe en una comprensión de la interdependencia entre cuidado y justicia. Así, lo que está en juego para la persona moralmente adulta y, en consecuencia, para la sociedad, es comprender anse sobre este te a avis, erlo y ranton, an inden, tallen y idderin o , eroux, . obre el aporte s eneral de la psicolo a social al an lisis econó ico, v ase etit, . ronto , . 34


el equilibrio entre la preocupación por uno mismo y la preocupación por los demás. Las preguntas que se plantean en el marco de la politización del cuidado están muy cerca, pues, de las inquietudes de los economistas: ¿Cuál debe ser el papel del mercado o del Estado en la sociedad (del cuidado)? ¿Cómo se efectúa el arbitraje entre el interés racional individual y el interés colectivo? ¿Qué instituciones económicas, sociales y políticas favorecen (o no) la ética (del cuidado) o la justicia? ¿Cuáles son los marcos institucionales que posibilitan el surgimiento de preferencias sociales o morales beneficiosas para la colectividad? En la tradición de la economía política, la ciencia económica también tiene por vocación proponer instrumentos de política que apunten a guiar a las autoridades públicas59. Así y todo, la prescripción de los economistas ortodoxos por lo general se ve reducida al concepto de óptimo paretiano de la economía del bienestar, que en realidad se limita a un criterio de eficacia o de ausencia de derroche de los recursos. Los economistas comportamentalistas van más allá, empero, de los principios estándar de la economía positiva del bienestar, adoptando una concepción normativa de este. Esa reciente concepción de la política económica, que actualmente suscita debate60, encuentra sus orígenes en la publicación del libro de Richard Thaler y Cass Sustein en entro de las ciencias sociales, se trata de una arca distintiva propia del econo ista, ue ta bi n con or a una caracter stica de sus publicaciones cient ficas. s , suele suceder en econo a ue se inicie un art culo planteando distintas hipótesis con prudencia, que se expliciten las consecuencias ló icas, or ales o experi entales de estas y se concluya a veces con uc si a enos prudencia subrayando sus i plicancias para la pol tica econó ica ue se a de i ple entar. u den, oe enstein y aisley, aler y unstein, aint aul, erey, . 35


Estados Unidos, en 2009, Nudge. Improving Decisions About Health, Wealth, and Happiness61. Thaler y Sunstein demuestran, en particular, cómo la movilización de la psicología de los actores o del campo de lo afectivo posibilita una mejora de la eficacia de las políticas de prevención sanitaria, fiscales y medioambientales. ¿Cómo puede el poder público, por ejemplo, sacar ventaja del deseo de conformidad de los individuos y de las variaciones de su humor para incitarlos concretamente a reducir el consumo de electricidad diaria? ¿Cómo incrementar la donación de órganos valiéndose de un sesgo de statu quo, respetando en paralelo la libertad de elección individual? El “paternalismo liberal” renueva así la concepción de la política económica. Hay a partir de allí un espacio para una intervención pública que expresa en mayor grado, en relación con la ética del cuidado, la necesidad del cuidado, la consideración y la responsabilidad.

aler y unstein, 36

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El análisis económico del cuidado

La economía moderna del comportamiento tiene la pretensión de dar una audiencia más amplia a la filosofía humanista del cuidado62. El notable interés del acercamiento entre el enfoque del cuidado y una concepción moderna de la economía se debe a que las herramientas del economista pueden sin duda contribuir a paliar los límites atribuidos a la teoría del cuidado63. Los adversarios del cuidado destao o ya e os encionado v ase nota , existen una serie de trabajos que estudian el costo asociado a la economía del cuidado, el cual comprende el costo de la economía del cuidado, de los sistemas de salud, as co o del traba o no re unerado. u conte pla os el an lisis econó ico del cuidado, pero ba o un n ulo distinto u puede aportar la econo a del co porta iento a la construcción de la teor a del cuidado n dato previo necesario, sin e bar o, es ue el an lisis or al sobrepasa el marco de la teoría estándar y descansa en una concepción huanista de una econo a ue to a en cuenta lo a ectivo, el individuo ordinario y el paternalis o. En su an lisis de las erra ientas econó icas estándar (modelo de equilibrio general calculable o modelos estructurales de tipo eynesiano para la odelización de la actividad de cuidado definida co o la actividad no re unerada, la ayor a de las veces, de las u eres an taveren de uestra, en e ecto, ue esos odelos no pueden dar cuenta de la motivación individual propia del cuidado más allá del nivel de utilidad, del cual no sabemos si se trata de una razón e ectiva, o de un ero producto derivado de la actividad.


can a menudo: 1. el restringido campo de aplicación que le estaría reservado –el ámbito privado, las relaciones familiares o interpersonales; 2. su persistencia en defender una visión sacrificial de la virtud (el “olvido de uno mismo”); 3. la limitada extensión del “campo de la solicitud”. 1. Sin el aporte central de Joan Tronto64, es probable que la teoría del cuidado hoy se atuviera a una ética femenina, materna, sentimental y “de género” (en el sentido de que estaría reservado a las mujeres). En virtud de ello, se vería limitada al campo de las relaciones interpersonales y, por lo mismo, desacreditada. Para dar un auténtico alcance político al cuidado, hay que extenderlo al otro sexo, extenderlo a una dimensión pública y, por ende, “interrogarse acerca de sus motivaciones, las cuales no pueden ser reducidas a la tendencia psicológica de las mujeres a trabar relaciones65”. La introducción en economía de la problemática del cuidado, de la preocupación por el otro, puede permitir superar la oposición entre las motivaciones específicas de la esfera privada (reducidas a las motivaciones de las mujeres) y las que se expresan en el seno del mercado, dentro de la esfera pública. Por naturaleza, el economista es propenso a volcarse hacia el terreno del mercado (ámbito público), como demuestra su tendencia a contemplar lo que sucede en el seno de la esfera privada –alrededor de la familia, el niño o el matrimonio– también bajo la forma racional del intercambio66. En las modelizaciones comportamentales que hemos visto . ronto, , . . ulcini, , p. . os an lisis undadores de la econo a de la a ilia de ary ec er a veces an sido percibidos co o una voluntad e e ónica de los economistas de integrar en su análisis aquello que es del ámbito de las de s ciencias sociales co o la sociolo a o el derec o . 38


antes67, la interconexión que existe entre la esfera afectiva (familiar) y los comportamientos de los agentes en el mercado subrayan la visión política del cuidado postulada por Joan Tronto68. En particular, no hay ninguna disociación perceptible entre un comportamiento exhibido dentro de la célula familiar o social o dentro del mercado. 2. El foco que pone la ética de la solicitud en el “sacrificio de uno mismo” resulta más problemático para el desarrollo del cuidado. Elena Pulcini subraya así hasta qué punto la “rehabilitación del cuidado implica pensar un sujeto que permita superar la dicotomía entre la prioridad del Yo y la prioridad del Otro, puesto que conjuga autonomía y dependencia, libertad y capacidad de relación69”. Para ir más allá de la oposición entre egoísmo y altruismo, ya no cabe presuponer un individuo autónomo respecto del cual el otro desempeña un papel meramente instrumental, ni un agente que ubica al otro en primer plano y que responde por deber a su demanda. Cabe configurar, pues, “a un sujeto que sea a su vez relacional y singular, concreto y empático, atento al otro y consciente de su insuficiencia y su fragilidad ontológicas70”. Desde el punto de vista del economista, el interés que uno tiene por uno mismo generalmente entra en contradicción con la preocupación por el otro. Así pues, a los economistas les resulta muy dificultoso reconocer, como hace (y demuestra) el psicólogo Daniel Batson71, que el individuo an inden et al., . ronto, , . ulcini, , p. , el subrayado pertenece al autor. bid., p. . anse atson y oran, , y atson y ad, , para una aplicación en el dile a del preso. 39


pueda alimentar un altruismo auténtico. Existen, empero, numerosas pruebas experimentales que certifican la existencia de una forma de altruismo contextual y que acarrean a una reformulación de la hipótesis de un individuo puramente egoísta. Los modelos de preferencias sociales –como el de Fehr y Schmidt antes presentado72 – representan el arbitraje entre las ganancias individuales y las del otro, introduciendo una ponderación más fuerte para el interés propio. En todos los modelos, el interés que uno tiene por el otro siempre transita por una preocupación egocentrista en torno a uno mismo (vía la función de utilidad). Toda acción está motivada por los deseos de los agentes, que son por naturaleza egocéntricos. En el lenguaje del cuidado, “el cuidado del otro es, por así decirlo, indisociable del cuidado de uno mismo73”. La ventaja de esa formulación es, pues, la de preservar la unilateralidad del paradigma individualista (el sí mismo), teniendo en cuenta las preferencias sociales (el otro). Ergo, para el economista, el interés que se tiene por el otro jamás es del orden del sacrificio. En el espíritu del cuidado, la motivación altruista puede entonces provenir del reconocimiento por parte de cada uno de la fragilidad constitutiva del sujeto y de su dependencia del otro. La vulnerabilidad ontológica es aquí la fuente de la motivación del don. Formalmente, al mantener el marco simplificado del modelo comportamental (véase ecuación 1), podemos suponer que el parámetro α representa la forma en que el individuo toma conciencia de su relación de cuidado frente al otro. Un valor positivo de ese parámetro traduce la conciencia de su propia vulnerabilidad, de donde deriva la e ry c ulcini, 40

idt, , p.

. .


atención hacia el otro. Desde luego que una modelización más fina puede tomar en cuenta la naturaleza de la relación con el otro (próximo o lejano) y del contexto en el cual esta se desenvuelve. 3. La teoría del cuidado tropieza por último con la dificultad de extender la solicitud más allá del círculo restringido de los amigos o la familia. En efecto, es improbable que podamos preocuparnos por el otro del mismo modo si se trata de un allegado que si nos vemos confrontados a un desconocido. Un acto de cuidado reviste así una sensibilidad emocional hacia la suerte de individuos particulares que conocemos. También tomamos conciencia de nuestra vulnerabilidad más fácilmente cuando somos solicitados por las necesidades de cuidado de nuestros seres próximos que de personas que nos resultan ajenas. Por lo tanto, para reivindicar un rol político eficaz, la teoría del cuidado ha de proponer instrumentos que permitan “ampliar el campo de la solicitud”, sin por ello atentar contra el interés personal. Michael Slote, filósofo afin a la teoría del cuidado, contempla, por ejemplo, una ley de la solicitud a contrarreloj “que requiera menos solicitud (sin que esta sea desdeñable) hacia la gente a medida que nos es más lejana social o personalmente74”. De este modo, el individuo (más) moral es “aquel que manifiesta un profundo interés por ciertos otros individuos [...], pero que manifiesta asimismo un interés general para con el bienestar (y el desarrollo moral) de los demás seres humanos75”. Aquí el economista puede adueñarse de esta cuestión con sus herramientas tradicionales, introduciendo, por ejemplo, una racionalidad de grupo o un prolote, bid., p.

, p. citado en Plot, , p. . . El subrayado pertenece al autor. 41


ceso empático o afectivo. Con las palabras del economista, la “intensidad” de la solicitud expresada por el individuo dependería de la distancia social que lo separa del otro, así como de las características esenciales de su personalidad moral (como por ejemplo, su aptitud más o menos pronunciada para la empatía)76. En ese marco, la pertenencia a un grupo de individuos –trátese de la célula familiar o profesional, de una categoría social o de una entidad colectiva (la nación, la humanidad)– se torna crucial para equilibrar las relaciones de solicitud entre la clase que yo constituyo (solo o con mis allegados) y la que constituye, por ejemplo, el resto de la sociedad. Aquí, los trabajos de Akerlof y Kranton sobre los procesos de identificación77, o aquellos iniciados por Sugden78 en torno a la toma de decisión colectiva (“nosotros” versus “yo”) pueden servir de guía para integrar esas relaciones de solicitud en la toma de decisión económica.

t tulo ilustrativo, reto ando la or ulación precedente, el valor del parámetro α, indicador de nuestra sensibilidad a la vulnerabilidad, será tanto s uerte cuanto ue la distancia social o a ectiva ue nos separa de la persona con la cual esta os en relación de cuidado es enor. Por lo mismo, podemos suponer que la sensibilidad individual a la vulnerabilidad ser s uerte en el caso de personalidades e p ticas. erlo y ranton, . u den, . 42


¿Hacia el homo vulnerabilis? Al correr las fronteras de la moral universal y racional que se impone en el siglo XVIII, el cuidado ha propuesto una teoría moral en mayor adecuación con nuestras intuiciones morales “ordinarias”. Treinta años después de la primera perspectiva dada por Carol Gilligan, numerosos trabajos de filosofía moral experimental confirman las intuiciones de los teóricos del cuidado, demostrando que nuestros juicios morales son fruto de procesos espontáneos, intuitivos o afectivos, y no de un proceso de deliberación compleja79. Así, en filosofía moral, como en economía, puede emerger la idea de que la ética no deriva únicamente de principios deontológicos o utilitaristas. Después de la edad de oro del análisis económico racional y formal (en torno al equilibrio general), hoy es posible una vuelta al pensamiento sensible y contextual de los filósofos escoceses de las Luces (David Hume y Adam Smith), gracias al surgimiento de la economía del comportamiento. Adosada a una economía experimental nacida a mediados del siglo XX, la economía comportamental agrupa a un conjunto de investigadores que se esfuerzan por superar los límites inherentes a la teoría estándar (egoísmo de los individuos, extrema racionalidad, capacidades cognitivas ilimitadas). Sobre la base de las pruebas experimentales acumuladas dentro del laboratorio o en un medio natural (existencia de preferencias sociales, racionalidad limitada), la economía comportamental en adelante introduce lo afectivo, la identidad y las relaciones interpersonales denlavien,

y ova, utant,

ac ery, nobe, a

ias, ic ols,

. 43


tro del análisis económico. Asimismo, se apoya en una concepción renovada (y más activa) del rol de la intervención de los poderes públicos. Más que una teoría moral o una práctica de campo, la teoría del cuidado es aquella que revela –al igual que la imagen del pato-conejo ilustrada por Ludwig Wittgenstein– la tendencia que tenemos a no ver sino un sólo aspecto de las cosas. Ofrece la posibilidad de cambiar de punto de vista. Es también una “voz diferente”, que es una voz de resistencia. Una real filiación del cuidado con la economía del comportamiento implica una inversión conceptual que vaya más allá de las premisas (afectivas, identitarias y paternalistas) a las que nos hemos referido80. La construcción de una economía humanista implica, retomando los términos de Levinas, un “despertar” del sujeto económico que actualice nuestra condición ontológica de vulnerabilidad81. Se trata de reemplazar al homo œconomicus por un homo vulnerabilis: un hombre imperfecto, limitado, empático, atento al otro y a su entorno social, muy alejado de la concepción de perfecta autonomía y de egoísmo universal sobre la que descansa la teoría económica estándar.

etit, evinas, 44

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