Editorial 19

¿Alguna vez se han fijado en el iris de un ojo?

Estuve escribiendo sobre el mirar, a propósito de todas las acciones que Fundación Medifé realiza en ese territorio de los ojos. Y como es un tema que me apasiona personalmente, me quedaron cosas pensándose dentro que quiero compartir con quienes lean este editorial. Cosas sobre los ojos.   

Los ojos de las moscas no tienen párpados. Recuerdo escuchar esa frase en alguna clase de ciencias de la escuela primaria. Oírla fue como quien descubre repentinamente entre una multitud al humano con el que quiere compartir algún tiempo de su vida. La carencia de párpados es la mirada eterna, sin descanso: paraíso e infierno. Las aves los tienen, pero son transparentes: apenas una leve retina que se opone entre el ojo y la realidad. La mirada es inquisición, aprehensión de un mundo siempre subjetivo, porque la mosca, el ave o las personas ven con distorsiones y curvas y cromatismos distintos cada objeto. Pero todo ojo mira hacia afuera, proyecta una luz recolectora que nos devuelve una imagen única y cambiante del otro, pero nunca de uno mismo: el ojo es un telescopio que vive en la paradoja de poder ver las estrellas más lejanas, pero no sus propias lentes. Y para eso está el reflejo. El agua tranquila de un estanque, el hielo -a veces-, el metal, cristal luciente: el espejo como ortopedia de los ojos, como órgano ajeno pero propio que nos devuelve la mirada. Sólo desde el reflejo empezamos a saber quiénes somos, y sólo sabiendo quienes somos podemos superar el espejo.

Cada vez que nos vemos, nos creamos. Cada vez una arruga, la memoria arada de un beso o un zarpazo; cada vez un gesto, el daño o el placer de lo por sentir; cada vez un cuerpo, terso o ya no, la materia agrupada por los años; cada vez el vello sobre lugares distintos, una relación de vientos y periplos; cada vez las mejillas, el decoro o la vergüenza; cada vez una boca, contenedor de todos los sabores; cada vez los ojos, tan fuertemente llorando de todas las emociones; cada vez un iris. Cada vez un espejo, oráculo propio y necesario.

 

¿Alguna vez se han fijado en el iris de un ojo?

Quiero decir de cerca, con pausa: si alguna vez han contemplado un ojo. Con los ojos pasa como con La Tierra: desde el espacio exterior maravilla su colorido y su forma, pero sólo desde dentro se aprecia su grandeza. Pídanle a quien quieran que abra un ojo y se deje contemplar el interior: se abrirá ante usted un espectáculo de incrustaciones, puntos, un arcoíris de perfección absoluta. A veces pienso que es en esa descendencia veteada como una canica, en que es posible encontrar un infinito. Si existe está en la membrana que cobija a la pupila.

Ojos y palabras. Escribo este texto en el entretiempo antes de saber cuál será la novela elegida para el Premio Fundación Medifé – FILBA a la mejor novela 2020. Entonces recuerdo que la ficción, la narrativa, la literatura, siempre supo más que la realidad, y por eso está poblada de espejos que reflejan a la mirada del hombre su futuro, o el presente lejano, o el pasado. No ve la bruja en el cristal opaco a la joven hermosa, sino a sí misma en sus deseos; no ve el príncipe lujosos palacios orientales y enemigos, sino los suyos propios anhelados. La literatura nos cuenta lo que no alcanzamos a ver, nos cuenta historias que se construyen a partir de nuestra mirada. Los ojos sobre la letra, la palabra, el renglón, la página, el libro. Ojalá nunca se interrumpa ese circuito mágico que va de los ojos hacia adentro contándonos de que se trata el mundo y todos sus modos.

 

Daniela Gutierrez

Gerente General
Fundación Medifé

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