Editorial 7

Muchos de nosotros agradeceremos el año vivido y tendremos objetivos para el que sigue; eso sin olvidar y acompañando a quienes junto a nosotros no pueden decir o vivir lo mismo.

Acontecimiento

 

En algunas semanas empezaremos a ver los negocios sembrados de adornos y luces de colores, recordándonos la eminencia de las fiestas de fin de año. Ritos que permiten a la mayoría dar un cierre, poner un paréntesis en el trajín de once meses y medio, y durante quince días evaluar el tiempo pasado y proponerse objetivos para seguir adelante. Este año, me temo, todo será distinto y a la vez exactamente igual. Seremos los que pasamos este año trabajando desde casa, los que vimos y valoramos la tarea y esfuerzo de quienes cuidan nuestra salud, los mismos que asumimos la necesidad de estar atentos a protocolos y quienes entendimos que barbijo-alcohol-distancia es la nueva manera de estar cerca. Muchos de nosotros agradeceremos el año vivido y tendremos objetivos para el que sigue; eso sin olvidar y acompañando a quienes junto a nosotros no pueden decir o vivir lo mismo.

Me interesa, en este momento particular del año, reflexionar acerca de un privilegio inusitado que la cotidianidad empaña:  hemos sido protagonistas -todos los habitantes del planeta al mismo tiempo- de lo que durante años la filosofía ha descripto como el acontecimiento. No hemos vivido meramente un evento importante o significativo sino uno que en tiempo real y de modo global produjo un quiebre del campo del saber (del saber sobre todo lo vivo); un momento realmente excepcional porque con el acontecimiento emerge una verdad no considerada por el saber. Verdad nueva o verdad recobrada: la finitud real. Cierto es que este tiempo es de gran afectación sobre cada uno de nosotros en general; tiempo de dolor y padecimiento, y tiempo también de redescubrimientos y conocimientos nuevos y potentes. Un ente minúsculo como el virus, con la capacidad de agencia suficiente para detener el ritmo “normal” de la vida en el planeta. Y, sin embargo, la conciencia que podemos tener sobre lo increíble de estar viviendo este tiempo debería ser potente: nos ha tocado a nosotros, será nuestra responsabilidad y nuestro desafío pensar el mundo que viene, el del porvenir.

Con esa idea en la cabeza y en el corazón es que hemos seguido trabajando desde la excepcionalidad y la incertidumbre del tiempo; produciendo cultura para la salud en esta clave de disponibilidad y plasticidad hacia los nuevos formatos, las alianzas de trabajo cooperativo, la solidaridad y un modo más holístico de entender la vida humana.

En ese contexto es que pensamos para Fundación Medifé un mes de planificación estratégica, un tiempo dedicado a analizar de qué manera y hacia dónde seguir un camino de mayor y mejor protagonismo en el campo de la cultura. Tenemos ideas, tenemos voluntad de acción y un gran equipo de colaboradores. En principio agregaremos un nuevo verbo a nuestras acciones (mirar, leer, conversar, conocer), recordar. Allí se alojarán proyectos ya en curso, y algunos el año próximo, que intentan dejar disponible para cualquier persona interesada, parte del patrimonio cultural que durante tantos años se supo coyuntural o efímero: construir o colaborar en la construcción de archivos es una tarea esencial para el futuro, para rescatar y poner al servicio de cualquier persona lo que de otro modo se perdería o permanecería inaccesible, porque llegar a ello sería muy complejo. Estos meses, y durante algunos del año próximo, estamos colaborando en la digitalización del enorme capital cultural del Teatro San Martín, obras de dramaturgos y puestas en escena de directores que, argentinos o extranjeros, actualizaron las artes escénicas delante de públicos a lo largo de seis décadas. Recuperar en su mejor versión esas imágenes, con vestuario, escenografía y sonido diseñado especialmente por artistas talentosos, con interpretaciones de actores y actrices que marcaron su tiempo y dieron carácter a palabras de autores exquisitos y populares; todo ello es una hermosa tarea de curaduría y digitalización. Con datos de rastreo, con disponibilidad pública, el patrimonio acumulado en sesenta años se vuelve presente y, por lo tanto, inolvidable. Esa es la primera acción del nuevo verbo a conjugar por Fundación Medifé.

Recordar es, además de un verbo, una palabra de las más bellas del castellano. El yo pasado, lo que ayer sentimos y pensamos vivo, perdura en una existencia subterránea del espíritu. Basta con que nos desentendamos de la urgente actualidad para que ascienda todo ese pasado y se ponga de nuevo a resonar. La etimología nos ayuda con toda belleza para nombrar el recuerdo: lo recordado es aquello que volvemos a pasar por el estuario de nuestro corazón. Dante diría per il lago del cor.

 

Daniela Gutierrez

Gerenta general

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