Editorial 9

Fundación Medifé reafirma su presente en ese modo del futuro que construimos a diario y llamamos cultura para la salud, y nuestro enero nos encuentra trabajando intensamente.

¿Dónde se alojará el futuro?

 

¿Dónde se alojará el futuro? ¿En árboles, de lagos y flores, en ciudades habitables y justas? ¿O será, por el contrario, un sitio hostil, un mundo difícil? ¿Será acogido por un “entre nosotros” más respetuoso, más autosustentable, más cercano a la tierra, más colectivo o mezquino e individualista? ¿Qué especies seguirán poblando el planeta y cuáles se habrán extinguido? ¿Cómo será la relación entre personas? ¿Seguirá existiendo el género? ¿Qué nombraremos cuando digamos “salud”? ¿Y el tablero geopolítico? ¿Qué pasará cuando todos los habitantes del mundo estemos vacunados y la pandemia sea un recuerdo y un largo y respetuoso silencio por lo perdido? ¿Cómo será la realidad? ¿Virtual o analógica? ¿Qué habremos aprendido? ¿Cómo serán las máquinas que habremos inventado? ¿Para qué nos serviremos de ellas? ¿Qué humanos o qué sistemas se servirán, a su vez, de nosotros? ¿Qué podemos hacer mal y qué podemos hacer bien? ¿Qué eventos decidiremos registrar y cuáles olvidar? ¿Qué relación tendremos con la memoria, cómo elegiremos conservar los recuerdos? Esta lista de preguntas, disparada por lectura de Ursula K. Le Guin, autora emblemática de ciencia ficción es interminable, y como todo listado, arbitrario. Sin embargo, ¿se puede hablar de futuro o siquiera pensar en él si no es con interrogantes?

Creo que sí, sé que sí. En medio de estos días inciertos de canícula porteña, los quiero invitar a pensar en el futuro. Y el convite es con ciertas sugerencias: se trata de una invitación a salir de la desesperanza y disponernos al esfuerzo de tomarnos un rato para buscar las señales de aquello que será mañana, intentar decodificarlas y anticiparnos -paradógicamente- haciéndoles lugar en el presente.

Soy una persona optimista, de la clase de optimistas que entiende que, aunque la noción de progreso que marcó la modernidad (y que se pegó tan fuerte a la idea del futuro) está en crisis, no es imposible y que conviene no alimentar la melancolía sino ponernos manos a la obra. Lo que “ataba” progreso y futuro es ahora una escisión que puede liberar a este último de los viejos dogmas y las profecías.  Acuerdo con Walter Benjamin en que ese cisma, la implosión de aquel futuro viejo y usado de la modernidad, es la potencia que “hará encender, en el pasado y en el presente, la chispa de la esperanza”.

Anhelo al comenzar este nuevo año que seamos capaces de crear formas nuevas más cotidianas de relacionarnos con lo que vendrá, mucho más experimentales, personales a la vez que colectivas y solidarias, inestables y flexibles, ágiles, atentas. Son futuros más cercanos a lo posible que a lo probable, a la esperanza que a las certezas. Son los futuros que aun en medio de toda la incertidumbre continúan aportando lo que sociólogo Anthony Giddens -teórico del riesgo- nombró “seguridades ontológicas mínimas para orientar la acción”.

Enero, para nuestro calendario, es verano y es inicio. Para muchos también descanso. Fundación Medifé reafirma su presente en ese modo del futuro que construimos a diario y llamamos cultura para la salud, y nuestro enero nos encuentra trabajando intensamente. Este mes terminará La noche de las ideas con el evento de 4 días que, desde hace tres años, organizamos junto al Instituto Francés en Argentina. Estar cerca, estar juntos es el lema mundial del encuentro donde artistas e intelectuales de Francia y Argentina se reunirán de modo híbrido para dar sentido a todo lo vivido durante el año pasado, conjurando con el arte el miedo y con la reflexión la necesidad de entender el Buen Vivir como un entorno de cuidados. En esta edición se ampliará la audiencia porque la NDI argentina dialogará con otros países de la región y de toda América. Queremos sentirnos cerca, intercambiar y proponer arte y cultura que nos haga bien.

La ciencia y de los profesionales de la salud nos enseñaron que es necesario amigarnos con territorios menos estables y hacer esfuerzos denodados por entender el sentido del movimiento, es de ellos de quienes tomamos ejemplo. Y de ellos también, como de muchos otros actores sociales esenciales aprendimos que el rol de la esperanza es dotar al presente de imágenes de lo posible que permitan acciones que construyan puentes con los futuros. Así, el porvenir deja de ser un suelo extraño y se vuelve habitable -aunque con incertidumbres y riesgos- colmado de afectos y compromisos.

Comenzamos el año con la voluntad de reabrir el espacio de lo posible, alentar expectativas y esperanzas nunca irracionales sino mirando el futuro como la legítima aspiración de cambio hacia una vida mejor, más saludable. La esperanza hace posible la disposición y la capacidad para atrevernos a aquello que todavía no logramos; para meternos en intersticios imaginarios y vitales que nos ayuden a crear lo que vendrá. Los invitamos a ese viaje.

 

Daniela Gutierrez

Gerente general

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